Kinesiologas Extranjeras en Lima
El negocio del sexo está regado por toda la urbe. No hay una zona concreta para buscar sexo o bien agradar los sueños más locos. Desde los lugares más exclusivos del Centro Histórico hasta los menos suntuosos, los servicios sexuales se ofrecen con novedosas campañas de mercadeo y promoción que van desde simples tarjetas de presentación hasta anuncios de grandes fiestas con mujeres sorprendentes que están prestas a pasar una rumba desquiciada con los clientes del servicio y rematarla en una piscina llena de lascivia.
Desde la década de los ochenta, cuando el regidor Juan Arango decidió terminar con la Zona de Tolerancia de Tesca, en el suroriente de la urbe, los cabarets se regaron por diferentes campos y distritos de la capital de Lima.
Para la temporada, asegura una putas megaplaza retirada, de cincuenta y cinco años, y que solicita que la llamen Julia a secas, el negocio del sexo funcionaba como una multinacional, puesto que todos y cada uno de los dueños de cabarets del país se conocían entre sí y sostenía una relación comercial de intercambio de personal.
En ellas, las putas por lima utilizaban vestidos blancos ceñidos a cuerpos torneados por quirófanos y gimnasios. De cada vestido se desprendían alas de ángeles. Entre las ocho p.m. y las seis a.m., clientes del servicio locales y foráneos llenaron el lugar y consumieron más de cincuenta botellas de whisky que se acabaron de consumir en una piscina llena de mujeres prácticamente desnudas.
La promoción de esta clase de acontecimientos empieza cada viernes. Por el Centro Histórico conjuntos de muchachos son contratados a fin de que repartan flyers o bien folletos desde las seis p.m. en los lugares próximos a oficinas y de mayor afluencia de turistas. En los parqueaderos dejan pegados los folletos, en los parabrisas y las ventanas del conductor del vehículo.
El mercado para las Kinesiologas Extranjeras en peru va en aumentos, aqui algunos relatos de algunas kinesiologas extranjeras.
Keyla* tiene veintitres años y lleva 4 trabajando como ramera. En Barranquilla, su urbe natal, absolutamente nadie de su familia sabe de qué vive. Es más, ni tan siquiera tienen idea de que vive a una hora de distancia. La hacen en la ciudad de Bogotá trabajando en una cadena de supermercados.
“Tengo un par de meses acá. Estuve por Bogotá y los Planos trabajando en este planeta secreto en el que vivimos las putas. Ingresé a él pues no hallé otra opción”, afirma.
Una profesión de secretos. En el bar donde trabaja Keyla y sus compañeras, contrario a lo que sucede en otros clubes, las putas no viven en exactamente el mismo establecimiento sino más bien en una casa próxima al campo. Allá no pagan alquilo, mas sí la nutrición o bien convivencia, como llaman las rameras la cuota semanal de dólares americanos 70 mil que deben darle al dueño por los 3 platos de comida.